Creo que alguien debería proponerle a la RAE, ahora que todavía se encuentra inmersa en esa inculturación que tanto ha dado que hablar, una nueva acepción para la palabra eufemismo. El Diccionario de la lengua española define eufemismo como ‘manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante’ y me parece que les falta añadir que el eufemismo es, también, un pseudoidioma hablado por (algunos) políticos.
Sabemos lo que son los eufemismos, sabemos que son palabras o expresiones más agradables, amables, leves o políticamente correctas que sustituyen a otras que no lo son tanto. En pocas palabras y hablando en román paladino, los eufemismos son palabras o expresiones que endulzan y/o hacen al lenguaje más cándido. Y la política es un mundo repleto de eufemismos.
En los últimos tiempos —aunque seguramente desde siempre— aquellos que nos gobiernan o aspiran a hacerlo, los políticos, han convertido los eufemismos en una técnica comunicativa que tiene por objetivo suavizar aquello impopular o poco laudable para que nos lo traguemos sin rechistar.
Desde la “desaceleración” o “recesión” que sustituía a “crisis” allá por el 2008, al “préstamo en condiciones muy favorables” o “línea de crédito” que sustituye a “rescate” en los últimos meses, los ejemplos de eufemismos en política se suceden. Bien sea para suavizar o no alarmar provocando el caos —cosa, hasta cierto punto, comprensible—, bien para ocultar o manipular —algo que poco tiene de bueno—, nos los encasquetan a diario en discursos o parlamentos diseñados para adornar lo que se quiere decir y hacerlo lo más adecuado posible para con sus intereses. Buenos o menos buenos.
Cuando escucho eufemismos salir de la boca de un político, o más concretamente de un gobernante, siempre pienso en lo que pensará él. En sus adentros, ¿qué sentido tendrá emplearlos? ¿Con qué fin? ¿Lo hará por bien o para desviar la atención? ¿Para beneficio común o para beneficio propio? ¿Sabrá siquiera que los utiliza?
